Ayer me cargué a un tío

Fue fantástico. Primero lo encerré durante 48 horas en un armario del garaje, sin absolutamente nada de luz. Durante esas 48 horas, abrí la puerta unas cuantas veces, solo para darle unas tremendas patadas en los riñones. Él no me había hecho nada. Ni siquiera le conocía.

Finalmente, cuando llegó el gran día, le abrí la puerta y le dejé salir al patio. Había un montón de amigos a los que había avisado para que viesen el espectáculo. En cuanto el tío salió del armario, varios de ellos empezaron a pincharle el culo para hacerlo correr. Tendríais que haberlo visto: totalmente deorientado, ciego por salir a la luz tras dos días y dos noches de completa oscuridad… era fascinante.

Cuando nos cansamos de hacerlo correr de un lado para otro, empezamos a clavarle agujas de punto en la espalda. Y cuantas más agujas le clavábamos, más se retorcía de dolor, y más sangre manaba de sus heridas. Al final, para rematar la faena, hice lo que mis amigos estaban pidiendo, le corté las dos orejas y el pene. El tío, por supuesto, murió.

Qué tarde tan estupenda pasamos.

Escalofriante, ¿verdad? No, obviamente no me he cargado a nadie. Pero lo que supuestamente le hago al tío en mi relato, es lo que se les hace a los toros en las múltiples corridas que se celebran a lo largo y ancho de nuestra geografía. ¿Arte? ¿Cultura? Y una mierda. Que viva Islero.